Corazon, tintero de cristal es un proyecto que pretende compartir con el público mis gustos, dudas, temores y ambiciones.
Es la mejor forma en que puedo externarlos, con letras.
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martes, 17 de febrero de 2015

Ensayo y resurrección de una pluma

          Sucede un curioso fenómeno provocado por el arte. Es frecuente entre los amantes de la pintura y de la música. Comunmente es provocado por las obras renacentistas, por la música barroca o por la arquitectura gótica.

Aristóteles decía que percibimos nuestro entorno en tanto este afecta nuestro espíritu. A pesar de que la concepción aristotélica del espíritu es más bien cercana a lo que hoy conocemos como consciencia, tengo la culpable debilidad por leer literalmente esa frase y concebir al espíritu como una entidad emocional más que epistémica. Espero que no me juzgue usted de idealista, pues aunque lo soy, no quisiera que usted guardase una imagen tan somera de mi persona.

Volvamos pues al tema. Imagine usted a un aficionado a la música sacra. Nuestro buen personaje decide ir a la sala de conciertos de su ciudad a prescenciar a un formidable coro gregoriano. Toma asiento, expectante en su butaca y pronto da comienzo el concierto. Tras los primeros acordes se siente impresionado pero es al llegar al clímax de la presentación cuando sucede:

La policromía de las notas lo deja sin aliento. Esa particular concatenación de voces lo lleva a un estado de ¿shock? ¿trance? ¿éxtasis? Es imposible describirlo. No puede reír, llorar ni emitir sonido alguno. Sólo puede sentir. Su espíritu ha sido afectado.

Está abrumado.

Pierde noción de sí mismo. Se aleja de lu humanidad para notar lo irrelevante que es la condición humana y entonces se percata de que el humano es más que sí mismo. El hombre no es lo que es. Es lo que hace.

Quizás esa sea la incomprensible belleza de la belleza. su capacidad para reducir al hombre a su humanidad y paradójicamente mostrarle los horizontes de su existencia. Es que la perfección del arte es sólo una ilusión basada en sus propias imperfecciones.

El arte es natural. En tanto obra humana halla su perfección en la vastedad de sus fallas. ¿Qué es la vida sino un imperfecto ensayo de perfección?

Todo eso pensó el autor cuando descubrió sorprendido la afectación de su espíritu. Algo hay en los labios cubiertos de carmín, en la humilde disposición a ayudar, en la risa clara, en la determinación tinta en la piel o en la coherencia de los actos; que un día sorprendió al autor frente a una hoja en blanco con su pluma insatisfecha.

Fue entonces cuando se notó abrumado. Se desprendió de sí mismo y se sintió pequeño y magnánimo, inexistente y omnipotente, maestro y aprendiz. Se sintió a sí mismo y se sorprendió de ser real. Tomó papel y pluma, se dispuso a describir su situación y riendo se halló incapaz. No hay palabra alguna que describiese la absoluta vaguedad de su estado.

El autor, temeroso de la retórica, hurgó la entretenida niebla de sí mismo en busca de algo definible. Encontró un sencillo concepto delineado en el centro de su anhelo: 

Curiosidad.

La compañía de ese cuerpo grácil podía dotarlo de inspiración y despojarlo de palabras. Él se sintió tentado a desnudarlo y quitarle capa tras capa de ropa, piel y hueso para hallar el espíritu. A la humana tripulante de ese sueño; aquella persona con sus gustos, temores y virtudes. No deseó mucho más que conocerle y ser conocido por ella.


 .               .               .


Entonces el autor receloso de la hipérbole, temeroso de la metáfora, de la pretenciosa anáfora y del innecesario oxímoron, decidió hacer un ensayo. No sería jamás una carta, mucho menos un manifiesto... 

Mas firmó una apología.




lunes, 18 de noviembre de 2013

Pretérito

Es muy extraño decir "te quiero" en otro verbo.
Sentir la ira del soberbio,
y ahogarme, ebrio de recuerdos
sin resaca y sin lamentos.

El problema jamás será el silencio
ni los tropiezos, ni las verdades.
El problema es el momento
mala suerte, obviedades.

Destila del instante añejo
como el ron, suavizado por el tiempo.
El problema, es un sorbo de esperpentos.
Es, la memoria de un momento.

Tan distante.
Tan sublime.

Inoportuno.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Hacia Isla Melancolía.


Hay veces que las palabras son efímeras. Nacen de una pluma o de un teclado y pierden en poco tiempo su valor. Se ahogan entre las olas del destino cambiante. 

Esta obra, se creó con un sólo propósito. Pero los vientos, traicioneros al fin, quisieron que su existencia fuera en vano. Las palabras que aquí yacen, estaban condenadas al olvido. Pero quizá tengan una nueva oportunidad de vida en este espacio.

Recorriendo los mares del destino,
cierto día llenamos de verdad los ojos.
Notamos que el curso no era bueno
Y que nuestro barco se mecía hacia el naufragio.

Entonces, sin decirnos nada
cada uno se enfrentó a la tormenta.
Y mientras yo sacudía los aparejos
Tu tan sólo te arrojaste de cubierta.

¡Hombre al agua! me gritaron mis sentidos
y un relámpago en el cielo ¡mal presagio!
te alumbró entre las olas
¡Mi Marquesa!

No irías a ahogarte, de seguro.
En un esquife remando te alejabas.
La tormenta que en el cielo se fraguaba
era causa de tu llanto y abandono.

No entendía lo que entonces sucedía.
No veía los augurios de tu oráculo.
Entonces decidí seguirte,
Para un día proseguir nuestro camino.

Desde entonces, te espero en el navío.
Hinchando calladas velas negras.
Pues desde aquella noche me he jurado
Seguirte desde lejos al abismo.

En silencio, bajo niebla has enfrentado
en tu viaje vericuetos y alegrías.
Y sabiéndome a lo lejos, me has dejado
señales de tu larga travesía.

Brumoso, entreveo tu trayecto.
Lo que no veo, a veces imagino.
Es que ahora de este mar no tengo carta.
Y las nubes no me dejan ver los astros.

Noto que no viajas sola
en tu estela se dibujan otros barcos
Y a los truenos que ensordecen la tormenta
se une otro clamor. ¿será el de guerra?

Si es así gustoso me uniría,
Este barco ligero cual saeta
hundiría mil galeones en tu nombre
Mas, ¿de qué sirve un navío de un solo hombre?


La noche no ha hundido esta galera,
ni lo harán los mares más bravíos.
Mas si dudo del amor será el ocaso
y este barco, pasto de una hoguera.

No es el barco el que te sigue,
es tu aliento el que le lleva.
No es mi mano timonel
esta nave es cosa nuestra.

Desconozco intenciones,
de tu mente, la estrategia.
Y aún ahogando mis pasiones
ten mi apoyo, ciega entrega.

Sólo os pido un don ¡oh Marquesa!
Cuando esta niebla se disipe
y veáis al fin mis velas negras.
Traed vuestro esquife a esta galera.

Bebed conmigo,
¡habladme de leyendas!
Y si hemos de enfrentar mares sombríos
Dadme una misión
¡Que nuestra sea!

Ya que fue armado y construido
para llevarnos en un viaje de leyenda.
No dejemos que se hunda este navío.
¡Jamás!
No sin antes dar pelea.

miércoles, 31 de julio de 2013

Eres un pendejo


—Estás bien pendejo Elías.

Ella se levantó, caminó hacia el espejo contoneando su generoso trasero. Me miró por el reflejo con una sonrisa satisfecha mientras acariciaba sus senos desnudos.

—¿Cómo?

—Pues así, estás bien pendejo cariño.

Suspiré y me incorporé levemente. Aún agitado por el encuentro, mire su sensual cuerpo, incrédulo.
—Tienes razón —me bajé de la cama. Tuve el impulso de abrazarla por la espalda y  admirar nuestra desnudez reflejada, como en otros tiempos. Pero me dirigí a la cómoda. Tomé un rollo de papel y empecé a limpiar mi miembro, ahora lánguido, como yo.

—Si no lo fuera, no estaría aquí.

—¿Me vas a decir que no te gustó?

—Por supuesto que no. Fue estupendo como siempre. No es eso. —Bajé la mirada.


Había vuelto a ella. Como siempre que me sentía derrotado. No específicamente a ella, sólo a su entrepierna, a  su calor húmedo y terrible. Volví para humillar mi lengua entre sus labios, claro.

Hay una planta carnívora en el Amazonas, produce una flor hermosa que huele a putrefacción. Muchos bichos encuentran su aroma irresistible. Se introducen en el cáliz de la planta y perecen atacados por el néctar que no es más que su fluido digestivo.  Así me sentí esa noche. Extasiado por el tufo de mi decadencia, libando amnesia en su vulva.

—De nada te sirve huir si regresas tú sólo.

Volví en mi —¿Qué dices?

—Nada, olvídalo. Será mejor que dejes de pensar tanto y sientas más. ¿Qué sientes?

—Siento sueño. —Mentí —¿Por qué no nos dormimos un rato?

—Me parece bien —Volvió a sonreír, ahora con suspicacia y coquetería. Se tendió en la cama como la maja de Goya. —Ven aquí. Abrázame ¿quieres?

—Quiero.

Me recosté a su lado. Más que mirarla, siempre disfrute sentirla. Explorar todo su cuerpo con mi piel. Mantener el contacto hasta que nuestro sudor se mezclara. Siempre lo disfruté, incluso en ese momento.

Fácilmente, encontró acomodo apoyando su cabeza en mi pecho. Se durmió             en pocos minutos. Me dediqué a pensar en ella. La pensé con la mirada, la acaricié en sus memorias difusas. La deseé y la sangre se contuvo en mi pelvis. Era momento de despertarla…


Abrí los ojos. La luz de la recámara no me deslumbró, El humo de cigarro la atenuaba. Me levanté tirando el tarro de crema que derramó su contenido sobre mis manuscritos abandonados en el piso.

—No debería tratar de masturbarme mientras bebo. —Limpié la saliva seca en mi mejilla con la mano izquierda.

Me senté al borde de la cama mirando ridículamente mi miembro. —Tu también eres un pendejo.
Aún había suficiente ron para unas horas. Levanté la botella de entre la ropa arrugada. Apuré un trago. El alcohol me ardió en el vientre.

—¡Dios! Que pinches nalgas tenía esa vieja.

lunes, 29 de julio de 2013

No hay nada en el cielo



Sólo intenté dar un paso más. Pero me pesaba el cielo. El duro firmamento seco de estrellas.
—¿Qué son las estrellas papá?
Estábamos recostados mirando la bóveda celeste. Era una noche estrellada de luna llena.
—¿Las estrellas? —Aún recordaba su expresión al pensar en la respuesta.— ¿Son muchas no?
—Si, pero ¿qué son? ¿para qué están ahí?
—Son muchas por que todas son distintas. Algunas estrellas son tus sueños… ¿Cuántas ves?
—Muchisísimas, no puedo contarlas.
—¿Ves? Es porque eres niño, tienes muchos sueños por cumplir.
—Entonces cuando cumpla un sueño ¿se apagará una estrella?
—Claro que no… para eso existen otras estrellas. ¿Ya viste que hay algunas azules? Esas son las estrellas del destino— Lo miré anonadado—. Un día verás que cada vez que tomas una decisión, haces que tu vida cambie un poquito.
—Y eso ¿qué tiene que ver con las estrellas?
—Pues las estrellas del destino se encienden o se apagan cada vez que eliges algo. Cuando lo haces, apagas las estrellas del destino que iban a alumbrarte. Pero no te das cuenta por que al mismo tiempo se encienden otras, las de tus nuevas posibilidades.
—No entiendo papá…
—No te preocupes, a veces yo tampoco lo entiendo. Pero cuando debas tomar una decisión, recuerda el cielo. Recuerda tus estrellas. Hay algunas que no te gustaría que se apaguen. Nunca olvides que las estrellas no se vuelven a encender cuando pierden su brillo.
—La que más me gusta es esa—. Señalé Sirio con la mano.
—¿Esa? ¿La más brillante? ¿Cuántas estrellas brillan tanto como esa?
—Son muy poquitas—. Contesté.
—Esas son las personas que te miran desde el cielo. Las que te quisieron mucho y se fueron al cielo al morir. Te miran por que te extrañan mucho, y quieren ver que te la pases bien.
—No te creo nada papá.— volteé a verlo.
—Deberías creerme, soy tu padre. Yo nunca te mentiría. Y si no me crees, mejor no preguntes. — Fingía enojo.
—¿Y la luna? ¿Qué es la luna?
—La luna es… es la luna. Tiene muchas caras, y las cambia todas las noches. A veces te alumbrará y a veces no la podrás ver, la noche será oscura.
—¿Y por qué es así la luna?
—Por que si. Para eso es luna. Sólo hay una, tonto. Así se llama: L-una. — Me abrazó y empezó a mimarme, traté de defenderme, pero mi risa pudo más.

. . .

“No te creo nada papá”.
Pasaron los años, cada vez disfrutaba más ver las estrellas. Lentamente, fui aprendiendo sus nombres, y sus constelaciones. Sirio, Bellatrix, Elnath, Pólux… Entonces, le creí aún menos.
La noche en que murió, salí corriendo de la habitación del hospital. Madre no pudo detenerme. Trepé por las escaleras de emergencia, llegué a la azotea. Me senté a llorar. Abracé mis rodillas  y quise mirar al cielo. No pude ver las estrellas. Las lágrimas nublaban mi vista. Entonces recordé esa charla. “Te miran por que te extrañan mucho y quieren ver que te la  pases bien”.
A esa edad, ya sabía un poco de astronomía. Sabía que no existían las estrellas del destino. Eso no impidió que un pensamiento absurdo surgiera en mi mente. “Si el acaba de morir, seguro se volverá una estrella. ¿Dónde está?”
Me limpié los ojos. Empecé a buscar las estrellas más brillantes.
—¿Dónde estás papá? Sal a verme. ¿Dónde estás? Enciende una estrella… por favor.
Pasé así varias horas, oteando el firmamento entre sollozos. Gritándole a papá. Riéndome de mi ingenuidad. —¿Sabes? No te creo nada.— le grite a una indolente Altair.
Unos días después de que lo enterraron, lo fui a visitar sólo.  Me arrodille junto a su lápida aún fresca. —¿Qué pasa? ¿Dónde está tu puta estrella? ¿No me extrañas? ¿O me mentiste?— Estaba molesto. Me levanté y me fui. No quería saber de él.
Nunca olvidaré esa noche en la azotea. Y por eso mismo recuerdo plenamente aquella otra, tendidos en el pasto.
. . .

Tiempo después vine a la ciudad. Ya no miraba el cielo. Tenía muchos sueños. Y cierta noche reviví esa charla con mi padre.
—En fin, la luna no será tu única luz.— Dejó de mimarme y volvió su mirada al cielo. —Aunque a veces no puedas verla, las estrellas de tus sueños, de tus posibilidades, y de tus pérdidas te darán suficiente luz para no tropezar. Puedes quedarte sin luna. Pero no pierdas tus estrellas.
Al recordarlo, sonreí. Era una noche clara, la luna estaba en su máximo esplendor. Miré la bóveda y busqué los astros. Sólo había un puñado. Me sentí desolado frente a ese inquebrantable y sucio gris desértico.
—Claro— repuse— La ciudad, la luz de la ciudad se come las estrellas. No es nada. —Ingenuamente me sentía nervioso. ¿Dónde estaban las estrellas de mi destino? ¿Mis sueños? ¿Estarían ocultos detrás del reflejo de la luz citadina? ¿Existían?
Preferí no darle importancia. Pero de pronto todo empezó a fallar. Uno a uno, mis planes se derrumbaban.  Mis sueños se hacían polvo. Los más pequeños errores tenían consecuencias funestas. Abatido, miraba el firmamento nocturno. Cada vez menos estrellas.
Entonces intenté abandonarlo todo. Salí de mi casa una noche y emprendí el camino. Acompañado de una cajetilla de cigarros, caminé hacia las afueras de la ciudad. Necesitaba alejarme del halo luminoso del desperdicio humano. Caminé durante horas, mirando hacia arriba de vez en cuando. Buscando mis estrellas.
Encontré un bosque junto a la carretera. Me interné en él. Encontré un apacible claro y decidí detenerme ahí. Estaba agotado, ya no podía caminar. Tembloroso, encendí un cigarrillo. Fijé mi mirada en el éter. Entonces caí en cuenta.
Me estaba quedando sin estrellas. La luna era nueva, no tenía luz nocturna. Cobijado por la nada, comencé a llorar.
—No hay en el cielo nada ni nadie esperando por mí. Sólo el humo de un cigarrillo que se consume y dispersa con cada bocanada.
Salió el sol. Volví a casa. Para esperar una nueva noche, con nuevas estrellas, y con suerte, algunas repuestas.

martes, 23 de julio de 2013

Pluma Cautiva


La pluma de mi mano ha resbalado.
Confusa.
Vertiendo mis temores en el manto.
Reclusa.

Esta noche, las musas no me asisten.
A expensas del silencio, tan sublime.
Sólo la duda es quien insiste.

Susurra en mi oído sus espantos,
ofertando la dicha de rendirme.
Y la noche se limita a maldecirme
negándome los dones otorgados.

Confusa.
Difusa.

La calma de este asedio me consume.
Sorda lucha que mis armas ha oxidado.
¿De qué sirve quemar las naves
si una mísera parcela he conquistado?

El filo de mi pluma hoy mellado
rasga en el papel con un lamento.
Y el refugio cruel de tu recuerdo
se derrumba enfrentado a tu silencio.

Confusa.

Seca.


miércoles, 3 de julio de 2013

Acerca de la Luna



¿Cómo pueden las letras abordar algo tan estudiado por las ciencias?

En nuestros días, la humanidad despierta de sus sueños. Ni quedan en la Luna vestigios de hilos de araña. Tampoco de queso. Ni de papel, manchado con la tinta que los poetas derraman por sus cráteres.

Durante millones de años, ha acompañado a la Tierra en su viaje sideral. El astro juega un importante papel en la historia de la vida en el planeta. Nuestra especie, ha deseado por mucho tiempo (quizás desde que puede intentarlo) darle un significado. 

Es que la Luna parece un perpetuo cáliz de misterios.

Gira en torno a la Tierra  siguiendo un camino antes trazado por el Sol. Le persigue incansable. De hecho, le alcanza en ocasiones, dos veces cada año. En la Tierra, algunos afortunados son testigos de su encuentro. ¿Existe mejor metáfora del amor distante? Cada encuentro es efímero y espectacular. Se antoja una promesa de amor invulnerable. Durante unos meses más, la luna seguirá al sol, y el sol hará lo mismo, sólo pensando en abrazarse nuevamente algunos minutos.

Tanta es la fascinación del hombre por la luna, que ha dedicado descomunales esfuerzos a comprenderla. Con los avances tecnológicos de la segunda mitad del siglo veinte, las potencias del orbe se dieron a la empresa de “conquistar” el satélite. Así  los estudios lunares alcanzaron su máximo esplendor. Pronto supimos que la luna es poco más que una fría roca de polvo estelar. Muchos artistas se desencantaron con las sencillas razones de un satélite. El conocimiento no siempre trae alegría.

Las elegías y plegarias de incontables generaciones, pronto se vieron obsoletas. Los más vívidos ensueños de la ciencia ficción quedaron callados. No hay un conejo en la Luna, mucho menos un inmenso almacén de soma para los dioses…

Sin embargo, la Luna sigue inspirando(me).


.     .     .



Fue entonces, que en una noche nublada, bajo el cuarto menguante, caí en cuenta de una cosa: ¡Eres una Luna! 
Así que a partir del punto que finaliza esta oración, nombrarte o escribir “Luna” será indistinto.

¿Qué es lo que te vuelve Luna?

Empecemos por mencionar el capricho de la órbita. La velocidad de rotación del astro, es igual a la de su traslación. Por ello, sólo muestra una de sus caras a la Tierra. Los astrónomos de la antigüedad no podían sino imaginar su otra faz.

A pesar de mostrar sólo un lado, Luna cambia de rostro continuamente. Eso permite a algunos lunáticos, como yo, escribir una noche al esplendor de tu plenilunio, en otra ocasión al misterio de tu menguante faz, y pasado un tiempo, componer un romance novilunar.

Luna tiene una permanente influencia en nuestro planeta. Cotidianamente comanda los movimientos del mar. Su fuerza gravitacional, atrae y aleja los mares de las costas. Su estira y afloja es respiración de amante. De igual manera que tus ojos a mi pulso, Luna vuelve el agua dúctil y mansa, o la eleva en espumoso frenesí.

Podrías orbitarme indefinidamente, y yo podría ver siempre la misma faz en tu ser. Y verla mudar pasando las noches. Inspirarme en tu brillo y en tus sombras. Conocerte a través de mi pluma. Volverme un agnóstico de tu concepto.

La relación de Luna y Tierra, es singular. ¿Se poseen? Yo no lo creo, Luna y Tierra se tienen, uno junto a otro, estrechando sus órbitas sin perder su esencia. Es el hombre quién se esfuerza por aprehender al astro. Es su curiosidad la que lo llevó a pisar su suelo. Es su ambición la que lo hizo construir cohetes y autómatas para conocerle. 

El hombre conquista la Luna, descubre que no es de plata, que no brilla con luz propia. Entonces los poetas callan, y los sueños ríen. Porque en el fondo ya lo sabíamos. La Luna es Luna, punto. Pero no bastarán las sondas, ni los pioneros, ni los telescopios para matar la poesía.

Siempre habrá un lunático, que a falta de navíos, volará hacia la Luna en su poesía.

Yo no tengo, ni tendré, cohetes ni astronautas para descubrirte. Sólo cuento con la rotación, con esta fuerza que nos atrae. Y cuento con la poesía. Son las letras quienes me enseñan de astronomía sentimental. Dejo el catalejo y me armo de tinta. Vuelo a ti en una nave de papel. Pues es mi pluma quien te deshace mujer y te instituye lunar. La misma que a veces me fragmenta hombre y me convierte en planeta. 

Es así como te aprenderé sin aprehenderte, te abrazaré sin envolverte y orbitaré a tu lado. Recuerda, que en este concierto de planetas y asteroides, Tierra y Luna no se desprenden, no se destruyen, no se fusionan, sólo se acompañan en su viaje.  (millones de años más…).